AT Visions: El Día del Libro... lee fanfic!!!!

lunes, 23 de abril de 2012

El Día del Libro... lee fanfic!!!!

Hace tiempo en Action Tales nos permitíamos publicar pequeños relatos en estes blog a modo de fill-ins dentro de nuestras propias series. Hoy, con motivo de la celebración del Día del Libro recuperamos esta modalidad... porque el Día del Libro tambien puedes leer fanfic!!!

Porque amaba tanto el mar.
por William Darkgates
—Deja los nervios, man— fue lo único que pudo decirle Jairo a Ramiro mientras estaban en aquella lancha en medio del mar.
—Pero ¿Cuándo van a llegar? — preguntó Ramiro, cada vez más nervioso e incapaz de satisfacer a su compañero de andanzas.
—Dentro de poco aparecerán los pescadores— dijo Jairo— nos apoderamos de una de sus lanchas y daremos con los manes, y luego toda esa platica será nuestra.
—Pero, ¿Y sí él aparece?
—Puros cuentos, mira allí está la primera víctima.
Quitarles las lanchas a los pescadores artesanales era la estrategia más segura para traficar ciertos productos en las cosas del mar Caribe, especialmente si se andaba uno por las costas de Cartagena de Indias o por las costas venezolanas. Los policías y los militares nunca sospechaban de los nativos, pues esta era gente sencilla que se dedicaba a sus labores. Y el conocer aquello era el primer escalón para lograr el éxito o eso creían tanto Ramiro como Jairo.
A pesar de que, el primer intento había resultado exitoso, Ramiro aun estaba preocupado. Realmente no le temía a las fuerzas de seguridad de ambos países, pues tenía métodos con que defenderse de ellos. A lo que realmente temía era a ciertas fuerzas que medraban por el mar y sobre las cuales el plomo no tenía efecto. Aparte de eso, el joven hampón lo perseguía una extraña sensación, una opresión en la nuca, como si alguien lo estuviese observando.
El yate hizo acto de presencia, casi los hunde pero no importaba. El traqueto dentro de aquella nave pagaría muy bien por los paquetes que ellos iban a entregar, les pagarían en dólares, que al cambio seria muchos pesos, que tanto él como Jairo podrían gastarse en toda clases de cosas, después de darle, subrepticiamente y con mentiras una tajada a su santa madre.
—Vieja, no importa como lo conseguí, solo que lo conseguí, yo traje pa la casa y eso es lo que importa— así pensaba y practicaba Ramiro una y otra vez, ya se imaginaba la expresión en el rostro de su mamá cuando viese el fajo de billetes.
—Estos manes si saben lo que es vida, ¿O no Ramiro?— dijo Jairo alegre una vez que estuvieron la cubierta de yate. Frente a los dos ilusionados muchachos se había manifestado un mundo de posibilidades. Alrededor de la cubierta había un sinfín de esculturales jovencitas que se estaban asoleando sin bañador, otras jugaban voleyball, y algunos que otros señores entrados en años disfrutaban también de las bebidas y la vista. Nada, ni siquiera los sempiternos guardaespaldas del traqueto echaban a perder la fantasía. Realmente aquel era el jardín de las delicias
— ¡Jairo! ¡Ramiro!— grito un hombre vestido de blanco con lentes oscuros— Estos si son manecitos de verdad, ¿trajeron los que se les encargo?— preguntó el traqueto con su innegable acento caleño— Mirá Yohnjario preparalé algo a estos dos. Algo fuerte, pa machos.
Un simple y titubeante sí fue lo que ambos jóvenes alcanzaron a mascullar. El traqueto con un gesto de la mano y un chasquido de sus dedos mandó a sus hombres a que bajaran a la lancha y subieran la mercancía. Prestos y raudos, los hombres del Traqueto comenzaron su labor, mientras este les daba un discurso a los jóvenes sobre la vida.
De repente se escuchó un grito, seguido de un quejido. Los pocos hombres del traqueto que se hallaban en la lancha subieron a gran velocidad de nuevo al yate. Antes de comenzar a acusar, la escalerilla fue recogida.
—Siguieron a este par de pendejos— gritó uno de los hombres, y todos los guaruras encañonaron rápidamente a Ramiro y Jairo, quienes solo se limitaron a negar con calma. No entendían que estaba ocurriendo, pero si podían ver como el jardín de las delicias, conformado por las prepagos semidesnuda y los pudientes ancianos, se desvanecían frente a sus ojos.
Por estribor se elevó una gran columna de agua, y sobre ella un extraño hombre. Vestía este una armadura de cota de escamas dorada, algo que parecía ser unos un pantalón de neopreno verde oscuro. Su piel estaba algo bronceada, y sus cabellos eran rubios, sonreía aquel adonis marítimo, como quien sonríe al ver un viejo conocido.
—Sandoval— dijo— pensé que estarías en la cárcel por unos veinte años o más, ya veo que has salido.
— ¡Hijo e` puta!— gritó el aludido, mientras que desenfundaba su pistola y descargaba el cargador contra el recién aparecidos. Sus guardias no tardaron en hacer lo mismo. En cuestión de segundos, el yate se había vuelto una pista de tiros.
El recién aparecido apenas se inmutó, pues antes de que la primera bala, siquiera saliera del cañón de la pistola de Sandoval, un gran muro de agua, que parecía tener la consistencia del gel balístico apareció frente al hombre. Cuando los disparos terminaron, el muro se desvaneció y un montón de balas cayeron sobre la cubierta.
Ramiro y Jairo, ambos estaban totalmente paralizados, especialmente el primero pues su temor se había hecho realidad el diablo del mar había aparecido. Los pescadores hablaban de un diablo que salía de las aguas y usando brujería estaba haciéndole la vida imposible a todo aquel que anduviese por la mar haciendo maldades, no tenia consideración, y a diferencia de los encantos en los ríos, no había manera de sobornarlo.
Con grandilocuencia y mucho drama, el hombre saltó por los cielos, dejando su columna de agua, para aterrizar en la cubierta del yate. Con una rapidez asombrosa, digna de una criatura de leyendas, el hombre se lanzó contra el grupo de pistoleros. No desperdició movimiento alguno, pues su técnica de ataque era fluida, como el agua de la cual había salido. Pegaba con fuerza y en los lugares precisos, y eso lo confirmaban los guardaespaldas con sus gritos.
Algunos trataron de volver a disparar, pero podía esquivar las balas con facilidad, para acto seguido, con la parsimonia que tiene el depredador que está consciente de que su presa se encuentra a su merced, pasaba a desarmarlos. Nunca abandono su sonrisa, y en cuestión de segundos solo en la cubierta estaban de pie: Jairo, Ramiro, Sandoval y él.
—Cada vez se hace más fácil— dijo el hombre— pensé que serias más ingenioso esta vez.
—Pe… pe…
—Pepé, nada— dijo— mira, a mi me trae sin cuidado que los hombres y mujeres de la superficie envenenen sus cuerpos y sus mentes, eso es problemas de ellos. Pero si tengo problemas cuando transportas esos venenos por mis territorios. Además, de que trafiques esas cosas, tiendes a perjudicar a las personas que viven del mar, que por cierto son mis amigos.
—Yo… yoyo… yo no he hecho nada malo— dijo— solo soy un pez, más o menos, pequeño en una pecera muy grande.
— ¡Ja! Un pez más o menos pequeño, excelente analogía— dijo socarronamente— pero, realmente, no te queda. Veras ¿por qué no intenta transportar tu porquería por aire? No, espera tengo varios conocidos allá arriba a los que no les gustaría la idea… umm ¿Qué te parece por tierra? No, no realmente conozco a un “gran grupo” que no le gustaría esa idea— el hombre lanzó un sonoro suspiro y tomo al traqueto por la camisa, volteó rápidamente a mirar a los pasmados Ramiro y Jairo—Supongo que ustedes, al igual que Sandoval deben estar recordando lo que sus madres solían decirles.
Los jóvenes asintieron, pasmados y el hombre del mar les rogo que les repitiesen la frase.
—Estudia, papito, estudie, deje esas malas juntas— recitaron a unisonó— Que a usted le pueden quitar todo en la vida, menos los estudios.
—Así es, las madres siempre tienen la razón— respondió el hombre— lástima que tengamos que averiguarlo a la mala— finalizó mientras levantaba por lo alto a Sandoval y lo arrojaba por la borda— recuerden estos también, par de mocosos, siempre hay alguien más grande y fuerte que tu por allí.
Acto seguido el hombre del mar saltó por la borda. Entró con suavidad en las aguas y desapareció de en ellas, tan súbitamente como emergió. Los pasajeros del Yate tratarían luego, sin éxito alguno, de salvar al traqueto y poner andar el navío, pero les fue imposible. Los delfines, que medraban por allí, impedían cualquier trabajo de rescate. Además, al parecer, aquel inusual hombre había dañado la quilla y las hélices del yate.
Poco después la guardia costera llegaría…

El decía ser el Señor de los mares, pero realmente no era cierto, había alguien por encima de él y no era el Dios Poseidón. En la orilla de aquella playa, con el sol de la tarde reflejándose en el agua, y esta a su vez emitiendo sus fulgores prismáticos sobre aquellos cabellos escarlata, se encontraba la dulce Mera, Reina de Poseidonis, Soberana de la Atlántida y definitivamente la dueña del corazón de Aquaman.
Los niños, hijos de los pescadores artesanales sin duda, saltaban a su lado. Los varones, sin duda cautivados por su belleza trataban de atraer su atención por medio de proezas: las niñas por su lado, enamoradas de su cabellera carmín, se deleitaban trenzándola y colocándoles flores que hacían juego con aquel inusual cabello. Todos parecían deleitarse con la belleza de la Atlante, y Arthur era sin duda quien más se deleitaba al presenciar aquella escena digna de un cuadro.
—De verdá compai que es una mujer bien bonitica la suya— dijo uno de los pescadores con su típico acento mientras se acercaba al Rey del Mar.
—Resolví ese asunto Diego, creo que por un tiempo no les molestaran— respondió Arthur con calma.
—Cará, hijo er diablo, si que eres rápido compaí— replicó el pescador— ven pa acá, prueba el sancocho de pescaó de mi mujer, mientras me cuentas lo que hiciste, y hablamos de ese negocio que tengo entre manos, compayó…
— ¿Y ese seria?
—Los rompecolchones de los que te hablé, ya me imagino la propaganda en televisión: Rompecolchones: Aquaman. Disfrute usted como el Rey del Mar.
—No sé
—Tranquilo compaí, que todo queda entre familia, dígame ¿Qué hizo con esos maleantes?
—Digamos que le enseñe a un pez, más o menos pequeño, a volar.
— ¿Verdá? Y ¿Hay pescaos que saben volar? ¿Hay que agarrá una avión pa pescalos?
Arthur no pudo evitar carcajease frente aquella imagen. Lanzó un suspiro y acompañó al pescador a comer. Mientras echaba una última mirada a su amada Mera, recordó sin duda: porque amaba tanto al mar.

Fin

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