Hacía mucho tiempo que no publicábamos nuevos relatos en nuestro weblog . Pues bien, ahora os presentamos una pequeña historia Batman escrita por Igor Rodtem que esperamos que os guste.
—Muy bien, hagámoslo a su manera –dice el detective Harvey Bullock–. Veamos cómo lo hace él.
—Sé que no te parece correcto –responde el comisario Gordon–. Y que ni siquiera es del todo... legal. Pero no nos queda otra opción. Y soy yo quien toma las decisiones.
Jim Gordon y el detective Bullock observan, ocultos, a través del espejo-cristal de la sala de interrogatorios. Al otro lado, un tipo con la cabeza rapada y con múltiples tatuajes, y con cara de pocos amigos, permanece sentado ante una amplia mesa, con las manos esposadas, pero con una enorme y maliciosa sonrisa, desbordante de socarronería y malicia. La detective Renee Montoya, una de los mejores y más eficientes miembros del GCPD –departamento de policía de Gotham City– abandona la sala sin ocultar su enfado al no haber podido sacarle una confesión al detenido. Pasa en silencio junto a Gordon, cabizbaja y sin mirarle a la cara. Al igual que Bullock, no está totalmente de acuerdo con la decisión que ha tomado el comisario. Habría preferido que hubiesen sido ellos, el departamento de policía, quien hiciera confesar al detenido, y no haber tenido que recurrir a... otros medios.
—Sé que no te parece correcto –responde el comisario Gordon–. Y que ni siquiera es del todo... legal. Pero no nos queda otra opción. Y soy yo quien toma las decisiones.
Jim Gordon y el detective Bullock observan, ocultos, a través del espejo-cristal de la sala de interrogatorios. Al otro lado, un tipo con la cabeza rapada y con múltiples tatuajes, y con cara de pocos amigos, permanece sentado ante una amplia mesa, con las manos esposadas, pero con una enorme y maliciosa sonrisa, desbordante de socarronería y malicia. La detective Renee Montoya, una de los mejores y más eficientes miembros del GCPD –departamento de policía de Gotham City– abandona la sala sin ocultar su enfado al no haber podido sacarle una confesión al detenido. Pasa en silencio junto a Gordon, cabizbaja y sin mirarle a la cara. Al igual que Bullock, no está totalmente de acuerdo con la decisión que ha tomado el comisario. Habría preferido que hubiesen sido ellos, el departamento de policía, quien hiciera confesar al detenido, y no haber tenido que recurrir a... otros medios.
El comisario sube a la azotea del edificio, acompañado de Bullock, y se dirige a hacia un potente foco que señala al cielo cubierto de Gotham. El foco llevaba encendido ya unos minutos, emitiendo una brillante y clara luz contra el fondo oscuro de las nubes tormentosas, y en su interior puede adivinarse una sombra oscura con forma de murciélago. Gordon echa un vistazo a la azotea y apaga el foco. Después dirige la vista hacia una zona de sombras.
—Es todo tuyo –dice, un tanto abatido. Un leve movimiento, apenas perceptible en la oscuridad, es la única respuesta que recibe.
La puerta de la sala de interrogatorios se abre lentamente y, antes de dejar ver quién está entrando, las luces de sala bajan de intensidad hasta un nivel mínimo, dejando la habitación en penumbras. El detenido hace una mueca, contrayendo el rostro, pero intenta permanecer tranquilo, mostrando su dureza. Ante él aparece una enorme sombra. El vigilante conocido como Batman toma asiento en frente del preso. Su contorno se confunde con las sombras de la sala, creando un efecto un tanto tenebroso. Cualquiera que fuese culpable de algún delito se sentiría completamente asustado ante tal situación, pero el detenido, de alguna manera, consigue mantener el tipo.
—Al final te han llamado a ti –exclama el hombre de la cabeza rapada, enchido de orgullo–. A mi abogado le gustará saberlo.
—Tu abogado no está aquí –responde Batman secamente, con voz grave y ronca–. Sólo tú y yo.
—No me das miedo, ¿sabes? –le reta el detenido, alterándose ligeramente–. ¡Me he enfrentado a tipos mejores que tú!
—Pero no te has enfrentado a mí –responde tranquilamente Batman, levantándose.
Al otro lado del cristal-espejo, Jim Gordon se aparta.
—¿No quiere verlo, comisario? –pregunta Bullock, cogiendo una grasienta rosquilla con su mano–. Va a ser todo un espectáculo.
—Pensaba que no estabas de acuerdo en llamar a Batman –responde Gordon.
—Y sigo sin estarlo –replica el detective, ya con buena parte de la rosquilla deshaciéndose en su boca–. Pero no hay que negar que el bat-tipo sabe lo que hace. Y ya que ha autorizado su intervención, no pienso perdérmelo.
Harvey Bullock se introduce en la boca el resto de la rosquilla, y una interminable serie de migajas se desparrama por su camisa, mientras observa con atención a través del cristal.
—Vamos, comisario –insiste de nuevo–. ¿No le apetece ver llorar a ese cabrón?
—Me da escalofríos, Bullock –contesta Gordon, de espaldas al cristal–. Ver actuar a Batman me produce pesadillas...
Aunque el comisario no está mirando, no puede evitar oír los gritos y gemidos del hombre de la cabeza rapada. El horror incontrolado se percibe en dichos alaridos. Batman no se está conteniendo, no está teniendo ningún tipo de consideración con él.
—Creo que va a cantar, comisario... –comenta Bullock.
—Esto es un horror... –exclama Gordon, frotándose el puente de la nariz, bajo las gafas.
—Ha sido usted quien lo ha autorizado... –replica Bullock.
Jim Gordon se acerca a éste último y le sujeta por el cuello, con fuerza y sin esconder su enfado aunque, quizás, con una gota de resignación.
—Sí, tienes razón, lo he autorizado –le espeta Gordon al detective–. Porque nosotros no hemos sido capaces de hacerle hablar a ese tipo. Y sabes tan bien como yo que no podíamos dejarle en la calle de nuevo, sin más –Gordon se detiene y se frota la cara con ambas manos, un gesto que demuestra su desesperación en tal situación–. Ha asesinado ya a cuatro niños...
Bullock y Gordon se observan, no enfrentándose sino más bien comprendiéndose el uno al otro.
—No hace falta que se justifique ante mí –responde Harvey Bullock, arreglándose la camisa–. Usted es el comisario y siempre le apoyaré en sus decisiones.
—No podía dejarle en la calle –continúa hablando Gordon, esta vez más bien para sí mismo–. La única opción que nos quedaba era él.
Ambos hombres miran entonces a través del cristal. Ven a Batman de pie, una enorme sombra negra en una penumbra gris, y a sus pies se estremece el detenido, orgulloso y desafiante unos minutos atrás, pero ahora lloriqueando y gimiendo de terror.
—Todo un espectáculo –comenta Bullock.
—¡Quiero confesar! –grita el detenido en la sala, casi al borde de un colapso provocado por el pavor.
—El comisario Gordon, serguido por Harvey Bullock y un par de agentes de policía, entra en la sala de interrogatorios. Enciende la luz y ordena que levanten al detenido, que permanecía acurrucado en el suelo, gimoteando.
—Muy bien, basura... –le espeta Bullock, con dureza–. ¿Vas a confesar ahora?
—Sí, sí, sí... –responde nerviosamente el detenido–. Pero quitadme a este monstruo de encima... Alejad a Batman de mí...
—Creo que andas un poco confundido –comenta Gordon.
—Su culpabilidad le altera los sentidos, comisario –explica Bullock, acercándose al detenido–. Nosotros no sabemos nada de ningún... murciélago, ¿verdad?
El detenido, con ojos rojos y llenos de lágrimas, mira al comisario, que permanece impasible, y luego mira a su alrededor, paseando la vista por toda la sala, buscando sin encontrar a Batman. Entonces la luz se apaga de repente y, presa del pánico, el hombre de cabeza rapada se pone a gritar como un loco. La luz no tardará más que un instante en volver, pero el detenido sabe que, cuando se va la luz, Batman está en todas partes. Batman es la oscuridad.
FIN
Igor Rodtem
19-09-2007
(borrador original: 29-08-2007)
—Es todo tuyo –dice, un tanto abatido. Un leve movimiento, apenas perceptible en la oscuridad, es la única respuesta que recibe.
La puerta de la sala de interrogatorios se abre lentamente y, antes de dejar ver quién está entrando, las luces de sala bajan de intensidad hasta un nivel mínimo, dejando la habitación en penumbras. El detenido hace una mueca, contrayendo el rostro, pero intenta permanecer tranquilo, mostrando su dureza. Ante él aparece una enorme sombra. El vigilante conocido como Batman toma asiento en frente del preso. Su contorno se confunde con las sombras de la sala, creando un efecto un tanto tenebroso. Cualquiera que fuese culpable de algún delito se sentiría completamente asustado ante tal situación, pero el detenido, de alguna manera, consigue mantener el tipo.
—Al final te han llamado a ti –exclama el hombre de la cabeza rapada, enchido de orgullo–. A mi abogado le gustará saberlo.
—Tu abogado no está aquí –responde Batman secamente, con voz grave y ronca–. Sólo tú y yo.
—No me das miedo, ¿sabes? –le reta el detenido, alterándose ligeramente–. ¡Me he enfrentado a tipos mejores que tú!
—Pero no te has enfrentado a mí –responde tranquilamente Batman, levantándose.
Al otro lado del cristal-espejo, Jim Gordon se aparta.
—¿No quiere verlo, comisario? –pregunta Bullock, cogiendo una grasienta rosquilla con su mano–. Va a ser todo un espectáculo.
—Pensaba que no estabas de acuerdo en llamar a Batman –responde Gordon.
—Y sigo sin estarlo –replica el detective, ya con buena parte de la rosquilla deshaciéndose en su boca–. Pero no hay que negar que el bat-tipo sabe lo que hace. Y ya que ha autorizado su intervención, no pienso perdérmelo.
Harvey Bullock se introduce en la boca el resto de la rosquilla, y una interminable serie de migajas se desparrama por su camisa, mientras observa con atención a través del cristal.
—Vamos, comisario –insiste de nuevo–. ¿No le apetece ver llorar a ese cabrón?
—Me da escalofríos, Bullock –contesta Gordon, de espaldas al cristal–. Ver actuar a Batman me produce pesadillas...
Aunque el comisario no está mirando, no puede evitar oír los gritos y gemidos del hombre de la cabeza rapada. El horror incontrolado se percibe en dichos alaridos. Batman no se está conteniendo, no está teniendo ningún tipo de consideración con él.
—Creo que va a cantar, comisario... –comenta Bullock.
—Esto es un horror... –exclama Gordon, frotándose el puente de la nariz, bajo las gafas.
—Ha sido usted quien lo ha autorizado... –replica Bullock.
Jim Gordon se acerca a éste último y le sujeta por el cuello, con fuerza y sin esconder su enfado aunque, quizás, con una gota de resignación.
—Sí, tienes razón, lo he autorizado –le espeta Gordon al detective–. Porque nosotros no hemos sido capaces de hacerle hablar a ese tipo. Y sabes tan bien como yo que no podíamos dejarle en la calle de nuevo, sin más –Gordon se detiene y se frota la cara con ambas manos, un gesto que demuestra su desesperación en tal situación–. Ha asesinado ya a cuatro niños...
Bullock y Gordon se observan, no enfrentándose sino más bien comprendiéndose el uno al otro.
—No hace falta que se justifique ante mí –responde Harvey Bullock, arreglándose la camisa–. Usted es el comisario y siempre le apoyaré en sus decisiones.
—No podía dejarle en la calle –continúa hablando Gordon, esta vez más bien para sí mismo–. La única opción que nos quedaba era él.
Ambos hombres miran entonces a través del cristal. Ven a Batman de pie, una enorme sombra negra en una penumbra gris, y a sus pies se estremece el detenido, orgulloso y desafiante unos minutos atrás, pero ahora lloriqueando y gimiendo de terror.
—Todo un espectáculo –comenta Bullock.
—¡Quiero confesar! –grita el detenido en la sala, casi al borde de un colapso provocado por el pavor.
—El comisario Gordon, serguido por Harvey Bullock y un par de agentes de policía, entra en la sala de interrogatorios. Enciende la luz y ordena que levanten al detenido, que permanecía acurrucado en el suelo, gimoteando.
—Muy bien, basura... –le espeta Bullock, con dureza–. ¿Vas a confesar ahora?
—Sí, sí, sí... –responde nerviosamente el detenido–. Pero quitadme a este monstruo de encima... Alejad a Batman de mí...
—Creo que andas un poco confundido –comenta Gordon.
—Su culpabilidad le altera los sentidos, comisario –explica Bullock, acercándose al detenido–. Nosotros no sabemos nada de ningún... murciélago, ¿verdad?
El detenido, con ojos rojos y llenos de lágrimas, mira al comisario, que permanece impasible, y luego mira a su alrededor, paseando la vista por toda la sala, buscando sin encontrar a Batman. Entonces la luz se apaga de repente y, presa del pánico, el hombre de cabeza rapada se pone a gritar como un loco. La luz no tardará más que un instante en volver, pero el detenido sabe que, cuando se va la luz, Batman está en todas partes. Batman es la oscuridad.
FIN
Igor Rodtem
19-09-2007
(borrador original: 29-08-2007)
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