Castle Rock
y Action Tales presentan:
El CLUB DE LOS PERDEDORES
2
Parte: La Resurrección del Mal
Capitulo 2
Escrito por Miguel
Ángel Naharro
2
Pat ve unos
curiosos carteles
Patrick
Danville bostezó mientras introducía los libros de texto en la mochila. Se
había ido a dormir muy tarde y eso le estaba pasando factura, aunque valió la
pena realmente. Dos o tres días a la semana quedaban en el cobertizo de los
Barrens; que poco a poco se había transformado en algo similar a la sede de los
Perdedores. Angelica, Georgie y él se reunían allí para contar historias de
miedo, reírse contado anécdotas divertidas o comentando los libros que leían, elegían
un libro nuevo cada semana y luego cada uno explicaba sus impresiones sobre la historia.
Era algo que repetían desde que Roland, Jack Bateman y Mike Hanlon se marcharon
atravesando la puerta ignota. No se olvidaban de ellos, hablaban muy a menudo
sobre lo que estarían haciendo y si los volverían a ver pronto. Pat no sabía cuánto
tardaría, pero en su interior sabia que sus caminos se volverían a encontrar,
de eso no tenía ninguna duda.
Entre los tres
se había forjado un fuerte vínculo que los hacía inseparables. Una vez
terminadas las clases del instituto, iban juntos a todos sitios, pasando la
gran parte de las horas como los buenos amigos que eran. La experiencia vivida
al internarse en la guardia de ESO[1]
les hizo unirse aún más y madurar rápidamente. Quien más cambio fue Georgie y
para bien, según la opinión de Pat. Tras lo sucedido, el padre de Georgie
rectifico su comportamiento, dejando el alcohol y poniéndose a trabajar como
vendedor de coches y parecía que había espabilado finalmente. Georgie tenía más
seguridad en sí mismo, su timidez ya no era tan evidente y era un chico más de
su edad, todo lo que se podía ser tras
vivir lo que los tres vivieron y que lo cambió todo para ellos para siempre.
La sombra que
se cernió en el pasado ya no estaba y Derry asemejaba una ciudad nueva, como si
esa atmosfera malsana que lo inundaba todo se hubiese desvanecido para siempre.
Entonces ¿Por qué sentía que algo iba mal?
Pat decidió
que ya pensaría en ello más tarde, le dio un bocado al donut glaseado que tenía
para desayunar y salió corriendo hacía el instituto.
Mientras
escuchaba lo último de U2 en su MP3, al cruzar la calle se quedó parado
observando algo. En un poste telefónico había varios carteles pegados y Pat
recordó la advertencia de Roland.[2]
TRES GATITOS, MUY JOVENES, DOS MACHOS Y
UNA HEMBRA
RESPONDE A LOS NOMBRES
DE PAT, ANGEL Y GEORGIE.
PAT ES UN GATITO ALGO
GORDITO, DE PELAJE NEGRO, GEORGIE ES MENUDO Y ENCLENQUE Y ANGEL ES HERMOSA GATITA
DE COLOR AMARILLO
SE RUEGA TELEFONEAR A
IROQUOIS 7-9007, HABRA RECOMPENSA POR INFORMACIÓN.
Pat se quedó helado, la
boca se le secó rápidamente. Les estaban buscando. Estaban aquí. Apretó los
puños enfurecido, para después subirse las gafas y resoplar. Tenía que advertir
a Angel y a Georgie. Debían ir con mucho cuidado a partir de ahora. Salió
corriendo de nuevo sin mirar atrás.
Angelica
Miller apenas había pegado ojo en toda la noche, al mirarse en el espejo tenía
unas tremendas ojeras. Suerte que su madre no se encontraba en casa en esos
momentos y no lo estaría en toda la mañana. No se encontraba bien, temblaba y
al recordar la pesadilla que tuvo durante la noche, llevaba varios días que
tenía unos sueños terribles e iba in crescendo. Ahora temía cerrar los ojos por
si volvía a verlo. La pesadilla comenzaba siempre de la misma forma.
« Se
encontraba en la sede del Club, sola y era de noche. Escuchaba unos pesados
pasos en la tierra húmeda alrededor del pequeño y viejo cobertizo, ella
intentaba no hacer ningún ruido, casi sin respirar para que no fuese consciente
de su presencia. El extraño cantaba una canción y de vez en cuando paraba para
soltar una risita estridente que le ponía los pelos de punta. Sentía un ruido,
como de unas garras que arañaban la madera.
—Angeeelica…
pequeña, no te escondas de tu tío Flagg…
El extraño
chasqueó los dientes de manera desagradable y una tos le dominó, pareciendo que
en cualquier momento se colapsaría y moriría ahí mismo, pero eso nunca ocurría.
—Angeeelica.
—Repetía de nuevo una y otra vez. —No te haré daño, no demasiado…
Esto le
hizo gracia y comenzó a reír de nuevo, dominado por un ataque de risa.
Angel
sudaba con un sudor frío, y sentía una repugnancia sin límites, como si tuviese
todo el cuerpo cubierto de arañas negras que se arrastraban por cada centímetro
de su piel. Estuvo a punto de levantarse y echar a correr, pero se contuvo, no debía
moverse, igual se marcharía si no encontraba nada.
—Dame lo
que es mío y me iré, Angeeelica…
Se llevó
las manos a los oídos para tratar de no escuchar esa voz burlona y chirriante,
pero la seguía escuchando, penetraba en su mismo cerebro, como si miles de
agujas se le clavasen en la cabeza al unísono.
Repentinamente,
la puerta se abrió. Y ahí estaba él.
Era un
hombre de mediana edad, con el cabello corto negro. Vestía unos pantalones
vaqueros, una chaqueta jean gastada y unas botas de montar con la suela
desgastada. En el pecho lleva una chapa con un símbolo de smiley mancha de
sangre.
Su rostro desgastado, cuya vida parecía haber
abandonado hacía mucho tiempo. Sus ojos brillaban con un fulgor rojizo y en
ellos se podía ver una maldad y un odio que no parecía tener límites. Sonreía,
pero su sonrisa era igual a la de la misma muerte.
—Dame lo
que es mío y me iré. —Dijo extendiendo la mano hacia ella.
Angelica
gritaba y gritaba mientras la risa burlona del extraño se elevaba sobre
cualquier otra cosa. »
Angel despertaba
con las sabanas pegadas y aterrada, se encendía la luz y se ponía el ordenador
con los cascos para que su madre no la escuchase para no volver a ponerse a
dormir. Tenía miedo de volver a ver esa terrible sonrisa si volvía a hacerlo.
Aún no había
sido capaz de decírselo a sus amigos, confiaba en ellos más que a nada en el
mundo, pero pensarían que se estaría volviendo loca ¿y si su cordura estaba
comenzando a verse afectada por todo lo que sucedió? El mal de Derry ya no existía,
ella lo sabia…. Eso no significaba que no pudiese tener secuelas.
Rompió a
llorar y se hizo un ovillo en su cama, sollozando desconsoladamente.
— ¿No has
visto a Angel? —Preguntó Pat.
Georgie
negó con la cabeza.
—Puede que
haya faltado a clase, cosas de chicas, ya sabes. —Dijo Georgie esbozando una tímida
sonrisa.
Pat se
mordió el labio preocupado. Era cierto que quizás no ocurriese nada y
simplemente no se encontrase bien. Decidió llamarla al móvil. No le cogió la
llamada y dejó un mensaje en el contestador.
—Maldita
sea.
— ¿Ocurre
algo, Pat?
Patrick le
contó con detalle lo que vio cuando venía al instituto esa misma mañana.
Georgie
mostró también la preocupación en su rostro.
— ¿Qué crees
que significa?
—Creo que
estamos en peligro, debemos estar atentos, cuidarnos las espaldas y ser muy
cuidadosos y fijarnos en si nos siguen y si preguntan por nosotros.
Georgie
pareció dar un respingón, como si le hubiesen pinchado con un alfiler.
— ¿Qué pasa,
Georgie?
—P-puede
que no sea nada, pero mi padre me dijo ayer que alguien preguntó por mí cuando
sacaba la basura. Mi padre se quedó extrañado por su aspecto y dice que se le
erizo el vello de la nuca, que le dieron una sensación muy desagradable.
— ¿Quiénes eran?
—Preguntó con interés Pat.
—Eran dos
hombres, con gabardinas y sombreros de color amarillo, dijeron que un día se pasarían
a hablar conmigo y mis “amigos” para hablar sobre una oportunidad única que querían
ofrecernos, algo de aprendizaje, puede que vendiesen unas clases por horas…
Aunque mi padre no pareció muy convencido. Hampones de chaquetas amarillas, así
los llamó él. Me dijo que ponían caras agradables y buenas palabras, pero que
le sonaban como una serpiente que trata de distraerte antes de darte el
mordisco letal.
Pat miró
intranquilo a un lado y a otro, como si esperase verlos en cualquier lado.
— ¿Crees
que son ellos de quienes nos advirtió Roland?
—Es
posible, sea como sea, tenemos que estar alertas.
Sin que
ellos fueran conscientes, desde un coche de color amarillo, varios hombres con
chaquetas y sombreros amarillos los contemplaban en silencio. Sonreían
satisfechos, su sonrisa eran como la de un depredador que ha encontrado a su
presa.
Continuará…
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