AT Visions: Los 4 Fantásticos: Creer en Dios

martes, 1 de enero de 2008

Los 4 Fantásticos: Creer en Dios

Un relato de Gabriel Romero, previo a su entrada en la serie en el nº14 de la serie regular de los 4 Fantásticos, disfrutadlo:

-Creer en Dios
-¿Reed? ¿Estás ahí?

La hermosa mujer de rubio cabello y ojos azules salió a la terraza. Y allí, a lo lejos, volcada sobre la alta barandilla de metal, contempló la silueta borrosa y enjuta de su marido.
Sonrió, con esa conocida figura llenando sus retinas y su mente, y paseó tranquila sobre las inmaculadas baldosas de la azotea. El Edificio Baxter contaba con uno de los más impresionantes miradores de todo Nueva York (y eso es decir mucho), ideado por la propia Susan Storm en el mismo momento en que descubrió los planes de su marido para mudarse a aquel frío y súper-tecnológico rascacielos.
De vez en cuando hacía falta una mano femenina que templase las machadas de sus viriles compañeros.

Si fuera por ellos, ahora en la azotea no habría más que una pista de aterrizaje y los robots que la cuidan. Y en cambio, gracias a Susan, en esta noche inolvidable podían contemplar el río Hudson como nadie en el mundo, y el Empire State Building, y a lo lejos el Puente de Brooklyn.
La felicidad de estar en casa…
Y ahora, por fin, era el momento para disfrutarlo.
Una de sus más terribles aventuras había concluido, y el miedo aún permanecía en sus corazones. Pero se obligaban a sí mismos a no demostrarlo.
Susan Storm Richards paseó con deleite por la inmensa terraza, contemplando extasiada las brillantes luces de la ciudad que nunca duerme, y se apoyó descuidada en la hermosa baranda, junto a su marido.

- Hola.

El científico volvió sus ojos soñadores hacia ella, como si regresara de un viaje de diez siglos por el cosmos, en los que no hubiera contemplado jamás a otro ser humano. Y ella sonrió, al devolverlo bruscamente al mundo real. Reed Richards se la quedó contemplando, y pronto la calidez volvió a su mirada, y rió también. Abrazó a su esposa, y la besó en una mejilla con ternura.

-Hola, preciosa. ¿Cómo me has encontrado?

No fue difícil. El sistema de seguridad nos rastrea continuamente. Puede que te hayas quitado el uniforme y subieras a la terraza para estar solo, pero sigues dentro del Edificio Baxter. Tú deberías saberlo… eres su creador.

-Sí, desde luego * respondió él, en tono triste *. ¿Qué tal los niños?

- Ben les ha leído un cuento, y ya se han dormido. Están felices de volver a casa, y yo también. No creo que les queden recuerdos de esta noche…

Mister Fantástico se giró hacia la baranda, y miró a las estrellas.

- Eso espero…

- Reed… te conozco… y no tienes que sentirte culpable de lo que ha pasado.

-Cariño… yo… se supone que tenemos que protegerlos, para eso somos sus padres… y en cambio no dejan de estar en peligro.

-Querido, ya hemos hablado de esto muchas veces. Somos una familia, y como tal nos protegemos mutuamente, pero también somos superhéroes, y nuestro deber al mismo tiempo es proteger a todas las demás familias del mundo. Cuando gente como Terrax, Galactus o Diablo intentan dominar este planeta, alguien debe interponérseles… y ese alguien somos nosotros.

- Lo sé… estoy de acuerdo contigo, Sue. Es la misma vieja conversación que llevamos diez años teniendo, casi desde que nos convertimos en Los 4 Fantásticos… pero esto es diferente.

» En el universo hay muchas fuerzas que sé que no entiendo, poderes más allá de la imaginación humana, y a los que debemos combatir si queremos que el mundo sobreviva. Y me esfuerzo día a día por superarme. No es fácil pelear con seres como Galactus, los Inhumanos o Él. Pero al menos sé que juegan con las mismas reglas que yo, y que si estudio lo bastante, algún día podré reducir la distancia que nos separa, aunque siga siendo inmensa.
» Pero esto de hoy… Hemos viajado a una realidad diferente a cualquier otra, en la que las reglas inmutables de la ciencia son como papel mojado, y sus habitantes se entretienen rompiéndolas. Allí no somos más que peleles, títeres de un poder mágico que no rinde cuentas a nadie, y que por mucho que estudie, nunca podré llegar a entender. Y eso pone en peligro a nuestros hijos, y al resto de la gente de la Tierra. ¿Entiendes ahora cómo me siento? ¿La frustración… la… impotencia?

-Reed.-dijo ella, con una sonrisa de infinita ternura- Puede que seas el hombre más inteligente del mundo, pero no de todos los mundos. ¿Y eso es tan terrible? Incluso a ti te viene bien de vez en cuando un poco de humildad.

El científico sonrió. Sabía que su mujer sólo intentaba distraerlo, que se despreocupara un poco, al menos de momento. Pero esa angustia iba a seguir ahí, aunque lograra disimularlo. Y ella lo sabía.
Susan Richards contempló las mismas estrellas, y en su cabeza rondaban pensamientos similares. El miedo a lo que no podía ser derrotado…

- ¿Tú crees en Dios, Reed? - Preguntó de repente.

- ¿Cómo? ¿A qué te refieres?

- Ya sabes… a un ser superior que domine toda la Creación, y que conozca y juzgue nuestros actos.

- ¿Alguien como el Vigilante? * Respondió él, con una media sonrisa.

- No te burles de mí, listorro. Sabes perfectamente de lo que hablo.

Richards miró hacia el infinito, y se puso serio de nuevo, mientras su increíble cerebro trabajaba.

- No lo sé, cariño. Yo soy un científico, y como tal no puedo aceptar lo que no haya sido demostrado. Pero en estos diez años de aventuras hemos visto maravillas que nadie creería, y cientos de seres cuyo poder e intelecto están muy por encima de nosotros. ¿Me preguntas si hay alguien que lo empezó todo, y que ahora es rey de la Creación? Tal vez. Es la vieja historia del “reloj sin relojero”. Tuvo que haber un dedo que apretara el botón de activación del Big Bang. Tirar la primera ficha de todo el dominó…

- Pero, si es así, ¿qué ha hecho desde entonces? Yo no veo que cuide de sus hijos… ¿O sólo apretó el botón y ahí terminó su trabajo?

- No creo que sea yo el más adecuado para contestar preguntas metafísicas, Sue. De eso sabe mucho más Stephen. Pero… tal y como yo lo veo… si existe Dios, nos ha hecho dos regalos de un valor incalculable: las reglas de la ciencia (por las que sabemos que se rige todo el universo, y los incontables seres que lo pueblan), y la libertad, con la que podemos llegar a dominar el universo a nuestro antojo.
» Piensa el valor que tiene realmente. Los hombres somos los únicos que podemos llegar a elegir nuestro propio destino. Ni siquiera dioses como Uatu o los Celestiales pueden. Ellos son esclavos de su propia naturaleza superior, y en cambio nosotros tenemos el arma más poderosa de todo al universo: la voluntad humana.

- Ya… Pero entonces, si Dios es tan generoso, ¿qué sentido tiene el Infierno? ¿Por qué imaginar un sitio tan horrible, en el que las almas sufran torturas infinitas para siempre? ¿Eso no es crueldad?

Richards la abrazó fuertemente, la apretó contra su pecho. Sabía con toda certeza las agonías por las que estaba pasando su mujer… porque él sentía las mismas.

- Sé lo que te ocurre, cariño. Sufres por todo lo que tuvimos que ver allí abajo, ¿verdad? El dolor, la tortura sin sentido, la agonía eterna… ¿Y no crees que hay seres que tal vez lo merezcan? Víctor, por ejemplo. ¿O piensas que, después de todo lo que ha hecho, el Doctor Muerte será perdonado e irá al cielo?

- No, supongo. Pero tampoco tengo claro si me gustaría ver eso cuando muera. ¿Es que al final es todo lo que nos espera en la otra vida: un juicio de buenos y malos? Una mano enorme que separe a unos de otros…

- No lo sé. No tengo ni idea de lo que nos espera, por eso me da tanto miedo. Pero… supongo que todo tiene un precio. Si hemos sido tan afortunados de recibir el don de la libertad, algo deberemos pagar a cambio, ¿no? El hombre debe responsabilizarse de sus actos, buenos y malos. Así que me gusta pensar que, cuando el tiempo que nos han dado se termine, habrá algún tipo de… juicio moral en la otra vida. Una forma de criba que nos diga si empleamos bien estos años. Es la única forma de que esta vida sea justa. Si no lo hay, si da lo mismo que hayas actuado bien o mal, ¿qué sentido tiene todo el universo? ¿Para qué nos sirve la libertad si es igual lo que hagamos con ella? No… tiene que haber algún modo de retribución…

La Mujer Invisible sonrió, y besó en la mejilla al científico.

- Nunca creí que escucharía al gran Mister Fantástico dando un discurso moral…

- ¿Por qué? ¿Me ves demasiado metido en mi mundo de probetas y ensayos clínicos para pensar en la ética de lo que hacemos? La ciencia es ética, Sue. La ciencia debe estar sometida a la ética de la humanidad, o sólo cometeremos atrocidades, como el Enclave o el Hombre Topo. Trabajamos para mejorar a toda la Humanidad, no para mejorarnos a nosotros mismos. Y creo que, si existe un Dios, se sentirá complacido al observarnos. Einstein dijo una vez que “Dios no juega a los dados con el universo”. Stephen Hawkings le rectificó años después, con su frase de que “Dios no sólo juega a los dados con el universo, sino que a veces los arroja donde nadie puede verlos”. Yo prefiero pensar que hay algo esperándonos ahí fuera, y que le gusta lo que hacemos con la libertad que nos ha regalado.

- Es usted un poco presuntuoso, ¿no, doctor Richards?

- Bueno… puedo serlo un poco, ¿no crees? ¿No me dices siempre que soy el hombre más inteligente del mundo?

- Eso es sólo amor de esposa.

Rieron, se abrazaron, y se fundieron en un eterno beso sobre las azoteas de Manhattan. Justo en ese momento, empezó a nevar.

- ¡Vaya! - exclamó Mister Fantástico.- Ya no es época de nieves, pero qué bien sienta un poco de frío, después de haber pasado tanto calor…

- Sí, pero mejor lo vemos abajo, junto a la chimenea, ¿no te parece?

Él la rodeó por la cintura, tres veces, con su brazo extensible, y caminaron juntos hasta el ascensor. Podían estar tranquilos. Eran felices, y estaban seguros. El mal había sido derrotado… por ahora.


F I N

1 comentario :

Jerónimo Thompson dijo...

Una buena presentación de lo que será la nueva etapa de la serie escrita por Gabriel Romero.

Sencilla, con unas reflexiones filosóficas bien traídas que no llegan a hacerse farragosas, y un buen tratamiento de los personajes.

Está muy bien ;-)